Los residuos y la contaminación del agua

Hacia finales del siglo XIX, la ciudad se vio confrontada con la urgencia de construir nueva infraestructura como una exigencia impuesta para la transformación de su imagen y de las condiciones de vida de sus habitantes. La modernización de Bogotá hizo necesaria la transformación de espacios públicos y privados siguiendo los paradigmas europeos y norteamericanos sobre la higiene, el ornato y la moral. Mientras la ciudad crecía en términos de población e infraestructura, el volumen de residuos producidos por la población también aumentó. La materialidad de los residuos y el lugar de su disposición en el entorno urbano cambiaron rápidamente. Surgieron nuevas fábricas de cemento, textiles y papel, que se sumaron a las industrias de vidrio, cerveza, jabón y comida procesada de finales del siglo XIX. La economía capitalista industrial no solo trajo consigo el asentamiento de una nueva clase obrera en ciertas áreas urbanas, sino que también introdujo desafíos para los ríos urbanos que jugaron un papel fundamental como parte del sistema de evacuación de residuos. Esto dio origen a un proceso tecnológico de domesticación del agua que fue paralelo a la creciente contaminación de la misma.

Saúl Ordúz, Niños en calle sin pavimentación, 1930

Saúl Ordúz, Niños en calle sin pavimentación, 1930. Calle sin pavimentar con una zanja abierta en el medio. Esta zanja era usada para evacuar desechos aprovechando la lluvia y la pendiente de los Cerros Orientales de Bogotá.

Bogotá se reciente ya de la escasez de aguas vivas que vienen de la cordillera a formar lo que llamamos ríos San Francisco, Manzanares y Fucha, cuyos cauces dan a conocer la grande cantidad de agua que corría en ellos en otros tiempos, y que en el día ha quedado reducida a una porción insignificante e insuficiente para arrastrar consigo los inmensos depósitos de infección recopilados en sus márgenes, mientras la población descansa confiada en que vendrán las lluvias y con ellas las crecientes de los ríos, únicos elementos de la policía sanitaria de esta ciudad. Esta disminución de la cantidad de agua de los arroyos y de los ríos está en relación con los desmontes practicados para proveernos de leña y de carbón, único combustible que se consume entre nosotros.

Liborio Zerda. “Climatología.” Gaceta Médica, 1 Diciembre 1865.

Tasas de mortalidad por fiebre tifoidea: Una comparación entre los Estados Unidos y Bogotá, 1912–1922:
Los brotes de fiebre tifoidea se relacionan con la higiene deficiente y la falta de infraestructura sanitaria. El agua contaminada usada para la irrigación o el consumo, es la principal causa de aparición de epidemias de fiebre tifoidea que afectan a todos los grupos etarios. La migración de personas del campo hacia las ciudades también ha constituido un problema, pues los migrantes se asientan en áreas urbanas en donde el suministro de agua potable es frecuentemente inadecuado. Otro factor epidemiológico de relevancia ha sido el clima: durante la temporada seca, la acumulación de desperdicios y la proliferación de moscas han jugado un importante papel en la diseminación del bacilo.

El agua ha sido un componente clave en la evacuación de desechos urbanos desde tiempos coloniales. Hasta las últimas décadas del siglo XIX, el principal método para evacuar los residuos consistía en arrojarlos en las acequias de las calles, en donde permanecían estancados hasta que la lluvia los arrastraba fuera de la ciudad, como lo atestiguaba un viajero. El recorrido de los residuos desde la escarpada topografía hacia la planicie occidental de la Sabana de Bogotá, fue un actor no reconocido pero crucial en el proceso de disposición de desechos.

La demanda que sobre las cuencas hidrográficas ejercieron la creciente población urbana y la cambiante economía, conllevó a la disminución de la cantidad de agua que suplía a las fuentes y acueductos de la ciudad, así como también redujo el volumen de agua que transportaba los desechos desde las calles hacia los ríos. En consecuencia, la apariencia de los ríos y la calidad de sus aguas empezaron a deteriorarse, y la salud de los ciudadanos empeoró.

Las cifras que muestran la difusión de las enfermedades de contagio hídrico sirven como dramáticos indicadores de cuán serio era el problema epidémico para la población de Bogotá a principios del siglo XX. Dos de las enfermedades infecciosas más comunes eran la fiebre tifoidea y la disentería, ambas transmitidas a través de la ingesta de alimentos o agua contaminada con materia fecal de personas infectadas. La teoría bacteriológica, adoptada en Colombia hacia finales de la década de 1910, remplazó a la teoría miasmática como explicación de la transmisión de enfermedades, alarmando a ingenieros y médicos sobre los contaminantes biológicos del agua, más que sobre su color y olor. Los tratamientos químicos para el agua y la urgente necesidad de una infraestructura que fomentara el saneamiento de la ciudad se convirtieron en fuerzas motrices de la agenda política de la ciudad.

El ideal de la ciudad higiénica encontró un poderoso mecanismo de irradiación en eventos como las Conferencias Panamericanas de Higiene. Delegados colombianos participaron en varias de estas conferencias, de las cuales la más notable fue la conferencia llevada a cabo en Washington en 1926, cuya influencia en materia de políticas sanitarias se hizo visible en las principales ciudades colombianas.

Una de las medidas de mayor alcance fue la implementación y ampliación del servicio de acueducto domiciliario, que modificó no solo las condiciones de salubridad de la ciudad, sino también la relación de sus habitantes con el agua. Con el paulatino avance del servicio de acueducto domiciliario, se fue consolidando la idea de que el líquido apto para su uso y consumo era únicamente aquel que había pasado por un “proceso de civilización”. Por su parte, las aguas lluvias y las aguas residuales, antes pilares de la relación entre la sociedad bogotana y el agua, empezaban a ser concebidas como innecesarias, indeseables y eventualmente peligrosas para la vida urbana.

Otro importante proyecto de modernización urbana fue la construcción del sistema de alcantarillado subterráneo. Debido a la escasez de recursos municipales, la construcción del alcantarillado tuvo que ser llevada a cabo por los propietarios de los terrenos que se beneficiarían del servicio. Sin embargo, el Gobierno Municipal no pudo siquiera coordinar las obras y esto tuvo como resultado una red de alcantarillas sin regulación, defectuosa e incompleta.

Nuestras alcantarillas y pavimentos, en realidad, están hechos con defectos; pero es digno de alabanza el empleado que ha obrado con energía suficiente para suprimir las antiguas acequias, heredadas de la colonia, a pesar de la típica observación hecha por un vecino: ‘¿Y ahora dónde vamos a botar la basura?’

Manuel H. Peña.  Servicio de aguas de la ciudad de Bogotá. Bogotá: Imprenta de Torres Amaya, 1885.

En el frente de batalla de la disciplina social, las autoridades municipales desafiaron prácticas de disposición de desechos de vieja data. Prohibieron botar los desechos en los ríos y determinaron que la basura doméstica solo podía ser colocada fuera de las edificaciones a determinadas horas para su recolección. La implementación de prácticas modernas de higiene encontró resistencia por la parte de ciertos sectores de la sociedad y en ciertas áreas de la ciudad, como ocurrió en la mayoría de casos de la historia occidental. Después de todo, la modernidad fue un programa político con una agenda específica de clase y de orden social.

Mientras sigan siendo los ríos de San Francisco y San Agustín inmensos focos de infección; mientras el agua que casi todos toman sea el perfecto conducto de todos los microbios que hoy es; mientras no tengamos Plaza de Mercado aseada, moderna y científica, hospitales perfectamente organizados y provistos de todo lo necesario, sistemas de cañerías que no sean un peligro para la salud pública, y mil cosas más que hoy exige la higiene para que Bogotá salga del estado deplorable en que se encuentra, los asfaltados, los andenes, los parques no tienen razón de ser, y dan sólo pruebas de una increíble ligereza, de que se deja lo esencial para preocuparse tan sólo de vistosas superficialidades.

“La salubridad y la higiene en Bogotá.” El Tiempo, 28 Marzo 1913, 2.

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Antiguo río del Arzobispo—Bogotá (Chapinero)

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Antiguo río del Arzobispo—Bogotá (Chapinero).
Pequeño puente sobre el canal del Río del Arzobispo. Contiguos a los ríos canalizados, se construyeron plazas y avenidas con propósitos ornamentales, higiénicos y de movilidad.

Pero a pesar de dicha resistencia, los habitantes de Bogotá empezaron a asociar al alcantarillado y las medidas sanitarias con la estética y la comodidad, por lo que la demanda de estos servicios terminó aumentando. El crecimiento económico de las siguientes décadas, impulsado por la exportación de café, otorgó tanto al Gobierno Nacional como al Gobierno Municipal mayores recursos para involucrarse en las finanzas municipales mediante la autorización de préstamos y la contratación de expertos extranjeros—principalmente de los Estados Unidos—, quienes estimularon la transferencia de tecnologías que no se limitaron al campo de la ingeniería, sino que también prestaron atención al modelo administrativo. En la década de 1940, la progresiva centralización de la administración del sistema de alcantarillado se hizo evidente, quedando la Secretaría de Obras Públicas encargada de manejar la evacuación de residuos en Bogotá. 

Esta institución, en lugar de concentrarse únicamente en resolver las necesidades inmediatas y urgentes frente a la recolección de residuos y el tratamiento de aguas residuales, se esforzó por crear un ambicioso plan para el futuro de la ciudad. No obstante, para mediados del siglo XX, la red de alcantarillado apenas cubría un tercio de la ciudad y el 40 por ciento de ella era prácticamente inservible. La solución institucional llegó hasta 1967, cuando la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, que había sido creada en 1955, llevó a cabo la implementación de un “plan maestro” para la construcción del sistema de alcantarillado urbano, el cual fue concluido en la década de 1970 equipando a la ciudad con alcantarillas subterráneas.

Sin embargo, el sistema de alcantarillado urbano no consiguió suprimir la función de los ríos dentro del sistema de evacuación de residuos. Las tuberías de desagües se construyeron de tal forma que las aguas residuales desembocaron directamente en los ríos que atravesaban la ciudad. Su consecuente estado de contaminación, cambió la percepción de los habitantes de Bogotá sobre los ríos urbanos, los cuales empezaron a ser vistos como amenazas para la salud y como obstáculos para la modernización.

La solución que se promovió desde la segunda década del siglo XX fue la canalización y el desvío de los ríos para ocultarlos de la vista y el olfato de los habitantes de la ciudad. Los primeros blancos de dicha intervención fueron los ríos San Francisco y San Agustín. Los terrenos aledaños a los cauces de los ríos canalizados fueron pavimentados, convirtiéndose en avenidas y plazas que tuvieron la función de embellecer, higienizar y mejorar la movilidad dentro del espacio urbano. De esta forma, se ratificó la transformación de los ríos en colectores integrados al sistema de alcantarillado urbano, los cuales eliminaban su carga fuera del perímetro urbano cuando llegaban al Río Bogotá, la principal corriente de la Sabana de Bogotá.

 

Cuando el río suena, basura lleva: El Río Bogotá, historia de una contaminación

El Río Bogotá, que recibe los afluentes de la ciudad capital bordeando sus límites occidentales, es considerado hoy en día como uno de los ríos más contaminados del mundo. Su nacimiento se ubica a 3,400 metros sobre el nivel del mar en el Alto de la Calavera, en el municipio de Villapinzón, al nororiente del departamento de Cundinamarca. El río recorre las áreas suburbanas y rurales de once municipios de la Sabana de Bogotá por aproximadamente 150 kilómetros antes de entrar a la ciudad por el norte. Al pasar por la ciudad, su caudal recibe las descargas contaminantes de los ríos Salitre, Fucha y Tunjuelo, y a su salida atraviesa el municipio de Soacha, en donde recibe las aguas contaminadas del Río Soacha. Luego desciende hasta su desembocadura a 300 metros sobre el nivel del mar en el Río Magdalena, principal arteria fluvial del país.

Saúl Ordúz, Distintos Canales de Conducción Aguas Lluvias, 1973

Saúl Ordúz, Distintos Canales de Conducción Aguas Lluvias, 1973.
Amplio canal de aguas lluvias que fluye a través de un barrio de reciente creación en Bogotá.

La tasa de contaminación del Río Bogotá aumenta a medida que se aproxima a la ciudad. En su cuenca alta, el río actualmente recibe los residuos de varias curtiembres y canteras, los desechos de actividades de agricultura y floricultura que utilizan pesticidas y fertilizantes, así como las descargas de las alcantarillas de los municipios y de los desagües de las industrias. En 1998, Bogotá aportaba más del 90 por ciento de la carga contaminante del río, derivada de los residuos a menudo tóxicos de las industrias urbanas—productos alimenticios, sustancias químicas, cuero, bebidas, textiles, hierro, acero—y de las estaciones de cambio de aceite, además de los residuos domésticos. Se estima que el Río Bogotá vierte al Río Magdalena diariamente 318 kilogramos de cromo, 278 kilogramos de plomo, 140 toneladas de hierro, 111 toneladas de detergentes y 835 toneladas de sólidos de suspensión.

La historia de la contaminación del río refleja la historia de la ciudad, incluyendo su crecimiento demográfico exponencial desde mediados del siglo XX, el cual acarreó el dramático incremento de los residuos sólidos domésticos, el desarrollo industrial con poco—o ningún—control ambiental, el crecimiento de la agricultura intensiva incluyendo el cultivo de flores utilizando pesticidas, y la cría de ganado en la Sabana de Bogotá. La ciudad capital se posicionó como el centro del desarrollo económico de Colombia y como un refugio para la población rural que escapaba de la violencia política y del posterior conflicto armado desde la década de 1950, de modo que pronto comenzó a recibir enormes oleadas de inmigrantes. Esto ejerció una mayor presión sobre las autoridades para encontrar formas rápidas de eliminar el creciente volumen de residuos.

Las aguas negras corriendo por zanjones inmundos aun dentro del mismo perímetro urbano (río Salitre, río San Francisco, quebrada de la Albina, etc.) son una vergüenza para cualquier ciudad que presume de civilizada. Los peligros para la higiene y salud de los bogotanos son innumerables, más si se tiene en cuenta que con esas aguas pestilentes y saturadas de toda clase de virus y bacterias patógenas se van a regar las hortalizas de muchísimos cultivos situados al occidente de la ciudad y que con esos mismos líquidos cloacales se abastecen numerosos hatos lecheros para todas sus necesidades. En esas condiciones la pasteurización de la leche y otras medidas higiénicas para el control de alimentos resultan irrisorios, si el gran mal, el origen permanente de todas las infecciones continúa sin que nadie se interese por su remedio. O por lo menos, nadie que tenga los medios para obrar.

Jorge Forero Vélez. “El proyecto de alcantarillado para Bogotá.” Anales de Ingeniería 57, no. 634 (1952): 15.

Las consecuencias de la contaminación de los ríos pueden ser dramáticas para los humanos y para otras formas de vida. En el Río Bogotá, las altas concentraciones de sustancias tóxicas han conllevado a un severo problema de eutrofización. La ictiofauna ha desaparecido de la mayor parte de la corriente, en particular desde la desembocadura del Río Juan Amarillo hasta alcanzar el Río Magdalena. Por otra parte, las aguas contaminadas del Río Bogotá han sido usadas para irrigar áreas agrícolas y ganaderas en la sabana, transfiriendo su contenido tóxico—particularmente mercurio y cromo—a las tierras que comúnmente proveen alimentos para la mayoría de la población urbana. Por ejemplo, hasta 2.2 millones de coliformes y 7.4 millones de microorganismos totales (en 100 mililitros) han sido encontrados en leche producida por vacas alimentadas con pastos regados con las aguas del Río Bogotá, lo cual afecta la salud de amplios sectores de la población.

Mapa de contaminación del Río Bogotá, 2010s:
Esta infografía muestra las características de los contaminantes que han sido cargados recientemente al Río Bogotá, a lo largo de su paso por la Sabana de Bogotá.

La contaminación también puso fin a costumbres recreativas como los viajes a los ríos para nadar y contemplar el paisaje, otrora frecuentes para viajeros y lugareños. Un símbolo importante de esta pérdida cultural y ambiental es la transformación que sufrió el Salto de Tequendama, una majestuosa cascada situada a unos 2,400 metros sobre el nivel del mar, 30 kilómetros al suroccidente de Bogotá. Antes considerada una atracción turística y un objeto de orgullo regional, aclamada por la pureza de sus aguas y la imponencia de su paisaje, la cascada es ahora un chocante espectáculo de la dramática degradación ambiental del Río Bogotá. El asombroso paisaje ya no atrae visitantes, a quienes el mal olor de las aguas turbias mantiene alejados.

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Salto de Tequendama. Cundinamarca, Colombia, S. A.

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Salto de Tequendama. Cundinamarca—Colombia, S. A.
Esta imagen presenta una vista del Salto de Tequendama y su entorno natural en la década de 1930. Con el tiempo, la cascada ha perdido su atractivo turístico como consecuencia de la contaminación del Río Bogotá, pues esta ha incrementado el mal olor del agua y ha acentuado el aspecto lamentable de la cascada.

 

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Paisaje del río Bogotá (Colombia, S. A.)

Gumersindo Cuéllar Jiménez, Paisaje del río Bogotá (Colombia, S. A.).
Las inundaciones causadas por corrientes de agua como los ríos Bogotá y Tunjuelo ocurren en casi todas las temporadas de lluvia. Esta imagen muestra los efectos de los desbordamientos periódicos del Río Bogotá sobre las fincas ubicadas en la Sabana de Bogotá, al occidente de la ciudad.

 

En la década de 1970, cuando los movimientos ambientales ganaron impulso y la legislación ambiental evolucionó, la contaminación del Río Bogotá se convirtió en un asunto de preocupación política y pública. No obstante, fue solo hasta la década de 1990 que el Gobierno Municipal diseño una estrategia para el saneamiento del río mediante la firma de un contrato con el consorcio francés Dégrémont-Lyonnaise des Eaux para la construcción y operación de tres plantas de tratamiento de aguas residuales en las desembocaduras de los ríos Salitre, Fucha y Tunjuelo. El objetivo de este proyecto era obtener una reducción del 40 por ciento de la carga orgánica y del 60 por ciento de los sólidos suspendidos, a través del tratamiento primario. En el tratamiento secundario se esperaba lograr un efluente con una demanda bioquímica de oxígeno (DBO5) de máximo 20 miligramos por litro y un volumen de sólidos suspendidos de máximo 30 miligramos por litro. El proyecto aún está en marcha pero solo la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de El Salitre ha funcionado desde 2001. Estas medidas no se han concentrado en la prevención sino en el uso de la tecnología para aliviar el problema. El ciclo natural del agua ha sido reemplazado, entonces, por la tecnología de depuración.

En 2010, un acuerdo de cooperación fue firmado por el Gobierno Nacional de Colombia, la Gobernación de Cundinamarca—región en donde discurre la mayor parte del Río Bogotá—y la ciudad de Bogotá, con el fin de continuar la construcción de las plantas de tratamiento de aguas residuales y de lograr la descontaminación del Río Bogotá en un plazo de veinte años. Los alcaldes recientes de la ciudad han estado de acuerdo en que el rescate del Río Bogotá debe ser una prioridad en la agenda política municipal. Sin embargo, la intensa contaminación del río continúa. La mayoría de soluciones que han sido propuestas para atenuar este problema no se han llevado a cabo, en parte debido a los altos costos de la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales. Solo recientemente se ha puesto más atención a la prevención que al tratamiento del problema. Aunque la nueva legislación para controlar el vertimiento de residuos públicos e industriales se ha fortalecido, la realidad es que el Río Bogotá sigue siendo un ejemplo extremo de la contaminación resultante del modelo de desarrollo implementado en la región.